Una tarde en el CINE

Mi última tarde en el cine fue, literalmente, mi última tarde en el cine...

Tras media hora larga de aguantar anuncios y trailers en los que no tenía el más mínimo interés, comenzó la proyección de la película por la que realmente había pagado mi entrada. De pronto, como si de efectos especiales de la película se tratara, comencé a escuchar a mi alrededor ruidos de todas clases: el CLIC-CLIC-CLIC del teclado del teléfono móvil de mi vecino que respondía a interesantes mensajes de Facebook se mezclaba con el GRUNCH-GRUNCH de los comedores de palomitas, el SLURRRRP de los sorbedores de refrescos, el ÑAM-ÑAM de los comedores de hamburguesas, pizzas, perritos y todo tipo de bocatas, el GLUB-GLUB de los bebedores de cerveza, los CRUAC-CRUAC del crujir de las patatas fritas y todo ello sazonado con sorpresivos RIIIING-RIIIING de diversos modelos de móviles y los consiguientes "Estoy en el cine, luego te llamo", "¿Dónde quedamos luego?..." y otras frases por el estilo, expresadas con el mismo volumen de voz que utilizaría un pastor para llamar a sus ovejas.

Cuando el espectador que tenía a mi espalda puso su enorme zapato sobre el respaldo de mi butaca y comenzó a balancearla compulsivamente acompañando el galope de los caballos que corrían en la pantalla, supe lo que iba a hacer al terminar la proyección: acercarme al viejo Video-Club de mi barrio y renovar mi ya casi olvidado carnet de usuario.